Cuando hablamos de espacios naturales, nos vienen a la cabeza, de inmediato, las imágenes de bosques, ríos y sus riberas, y todo tipo de paisajes poco alterados por la mano humana. Pero nadie rememoraría la imagen de un humilde ribazo, de una linde entre cultivos, de un murete de piedra seca.
Pese a ser pequeños espacios naturales su importancia no es menor, su valor ecológico en los agrosistemas es incalculable, las líneas de vida silvestre que encuadran las parcelas de cultivo, que han servido secularmente como delimitación física, proveen importantísimos servicios ecosistémicos: evitan erosiones, albergan una variadísima y muy valiosa flora y fauna, y rompen la monotonía del paisaje agrícola.
Infinidad de especies de flora adventicia y de matorrales, cardos, coscojas, espinos, herbáceas, se aferran a estas líneas de vida y constituyen el hábitat necesario para muchas especies de insectos, arañas, micromamíferos, reptiles, anfibios y aves, seres vivos que en ausencia de estos vitales espacios desaparecen de los terrenos agrícolas.
Los manejos actuales, unidos a la ignorancia de la función biológica de estos, están haciéndolos desaparecer. Las reordenaciones de la tierra, favorecidas por las políticas de "eficiencia", como las de concentraciones parcelarias, promovidas y subvencionadas por las administraciones, junto con el uso y abuso de herbicidas, las quemas y las cada vez más potentes maquinarias agrícolas están borrando del paisaje estos oasis lineales.
La falta de comprensión de sus inestimables servicios ecosistémicos, unida a la cada vez mayor incultura natural de los trabajadores del campo, les lleva a considerar estos micro espacios como molestos y/o prescindibles y sólo se contempla su eliminación.
El ejército de aliados de la agricultora/o sensato y consciente, pajarillos, mantis, crisopas, lagartijas, sapos y un largo etcétera, desaparecen de los agrosistemas con la eliminación de su hábitat, dejando a los cultivos desprotegidos frente a las plagas, que no encuentran oposición ni freno. Esto provoca, que en su ignorancia, ante el desequilibrio creado, el agricultor sea esclavo del uso de pesticidas que envenenan nuestros alimentos, los suelos y las aguas, así como a los propios agricultores.
Los linderos, las hormas de piedra seca, los bosquecillos entre cultivos, son cada vez más escasos, y su superficie menguante y asediada reduce la biodiversidad y la salud de los agrosistemas, cada vez más dependientes de los insumos agrotóxicos. Urge poner en valor estas pequeñas trazas, que urden una trama de vida dentro de los espacios agrícolas, ya que sin ellas, se convierten en desiertos.
Alcaudones , alcaravanes, currucas, jilgueros, sapos, lagartijas y lagartos, mochuelos, ratoncillos, lirones, cernícalos, insectos, arácnidos, culebras, perdices, gangas, alondras, cogujadas, un incontable número de especies animales y vegetales, encuentran en una agrosistema vivo su hábitat idóneo. No hay nada más triste que pasear por los campos y contemplar la monotonía de cultivos sin interrupciones sin esa miríada de seres que lo animan, y sentir el silencio abrumador de un paisaje muerto.